Una vida bien vivida

¿Qué es una vida bien vivida?

Recuerdo ser ésta una de las primeras preguntas filosóficas que nos hicimos allá a la intemperie de nuestra adolescencia, cuando todavía no entendíamos bien, bien, qué era o para qué servía la filosofía.

Una década y media después, me pregunto, de nuevo. Con más conocimiento de causa, esta vez. Tal vez, entendiendo, por fin, la pregunta. Pues, ¿cómo podemos pedirles a nuestros jóvenes a sus quince, dieciséis años, que sepan a qué dedicar el resto de sus días? ¿No podríamos decirles, en cambio: ‘no tienes por qué saberlo todavía’? No tienes que decidir aún. Ve, explora, llénate de experiencias. Cuando hayas vivido un poco más, tal vez puedas contestar a qué quieres dedicar tu vida.

¿Pero, se refiero a eso ‘una vida bien vivida’? ¿A lo que vayamos a estudiar, a lo que nos vayamos a dedicar? No, claro que no. Se trata de lo que hace que, al final del día, al final del camino ya llegando a Ítaca, sientas que esta vida no fue una mierda. Que a lo que dedicaste tus horas valió la pena. Y eso incluye con quién pasamos nuestras horas, cómo nos sentimos en esos momentos, qué hacemos y pensamos. Incluye el momento presente, siempre; incluye las tareas administrativas del día a día: lavar platos, hacer la comida, lavar los platos, hacer la comida de nuevo, limpiar, limpiarnos, limpiar más, lavar la ropa, tender la ropa, ir de compras, pagar facturas. Incluye los fragmentos dispares de miradas cruzadas con los extraños que nos encontramos en el súper, de camino al teatro, de camino al trabajo, de camino. Una sonrisa, un gesto mínimo de cordialidad hacia el Otro, dejándole el paso al cruzarse por nuestra ruta. Son los momentos que pasamos con nuestra gente querida, charlando, cuidando, apoyando y siendo apoyados, y, son, claro… las muchas, pocas horas que pasemos haciendo aquello que llamamos trabajo.

Nuestra época – que incluye todas las épocas pasadas, desde el nomadismo (ahora, digital), la esclavitud (los ojos que no ven no pueden evitar que los hechos sigan ocurriendo y he aquí que seguimos con la trata de blancas, con tantas y tantos cuyos pasaportes son retenidos y se ven obligados a trabajar gratis a modo de sirvientes, por poner dos ejemplos rápidos), la agricultura (que nos sostiene y que tanto maltratamos), la industrialización (pero no aquí), y tanta historia de la humanidad que son historias del presente, localizadas -; nuestra época, decía, ha traído consigo la idea del trabajo como señal identitaria. Y nuestra época considera muy importante la identidad de uno. Es más – como nuestra época está avanzando a pasos que apenas podemos seguir, estamos rápidamente empezando a ver que un trabajo, una carrera, una identidad constante a lo largo de una vida que cada vez es más larga, se quedan cortos. El nueve a cinco es el pasado, aunque ahí siguen las oficinas, de nuevo, casi llenas tras la pandemia, con abogados, banqueros y consultores varios. El hustle culture, el pináculo de quien se creyó la historia de que su trabajo es lo que lo define como alguien, siempre buscando más, siempre queriendo ascender, siempre queriendo conseguir lo siguiente disponible, es el pasado. Estamos en la época de los múltiples trabajos, del aprendizaje a lo largo de la vida entera, de la necesidad de continuar actualizándose para poder seguir en el mercado laboral, a la vez que los jóvenes de hoy sí parecen tener un poco más de conciencia sobre la importancia no sólo de su bienestar mental, sino del impacto que esta cultura tiene en su salud, en general. Van a tomar décadas todavía para que podamos disfrutar de un trabajo que nos libere, y aún en esas décadas, serán sólo unos cuantos mundos localizados que puedan disfrutarlo.

En esta época nos toca todavía hacernos la pregunta: ¿qué es una vida bien vivida? ¿Es luchar contra las injusticias que nos rodean, contra los mundos pasados que nos siguen habitando en el presente, sabiendo que los derechos humanos se respetan (un poco) en algunos países del norte, mientras que la mayoría de vidas viven en precariedad social y económica? ¿Es aceptar la injusticia, la hipocresía y el hecho de que poco podemos cambiar realmente, mientras que nos dedicamos al cambio local, entre nuestras comunidades? ¿Es dedicarnos a nuestros amigos, a nuestra familia y seres queridos, independientemente de si podamos dedicarnos a algo que nos llene el espíritu? ¿Es la búsqueda de, compromiso y dedicación a aquello que podemos denominar ‘nuestra llamada’, si es que nos es dado conocerla?

¿Qué hace que, al final del día, pienses: ‘valió la pena’? ¿Qué hace que, cuando la vida haya pasado, pienses: ‘he vivido esta vida bien’? ¿Qué tan altos son los estándares de lo ‘bien vivido’? ¿Cómo asegurarnos de no estar mintiéndonos a nosotros mismos, por miedo a que la respuesta, al final de la vida, no sea una que nos deje ir en paz?

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